jueves, 1 de noviembre de 2012

En su espacio sin tierra pretendían salvar los bosques

En su espacio sin tierra pretendían salvar los bosques

Comían por la boca amplia y hablaban sin pretensiones.

El mas alto me pregunto si me quedaba.

Busque hacer contacto visual con el chico de la bufanda roja que me había traído a la cena. Reconocía sus botas detrás de la escalera pero por alguna razón no conseguía que volteara la cabeza para verme.

El mas alto me miraba con ojos de interrogación.

Respondí silencio y dientes amarillos.

Salí de ese cuarto y todavía, sin hacer contacto visual, le pase el extremo de una cuerda al chico de la bufanda roja.

Con una mano sostenía una cesta llena de imágenes y con la otra jalaba débilmente el hilo que nos comunicaba.

La tensión no se prestaba para colgarle nada.

Solté las hebras y el pasillo del apartamento me pareció largo y confuso.

No quería entrar a la cocina porque seguía sin tener respuesta a la pregunta del mas alto.

No quería entrar al comedor porque no tenia hambre.

Mi estomago se revolvía bajo mis pulmones y se sentía casi como tener nauseas.

Todos los demás tenían buen apetito.

Abrían las bocas una y otra vez.

Y de ellas, salia un ruido húmedo y pegajoso.

Bebían de copas y vasos y recipientes de metal.

Por sus mentones resbalaban gotas densas.

Sus movimientos monótonos y constates los convertían en maquinas insaciables.

Me daba asco la idea de respirar el mismo aire que se respiraba en esa mesa.

El chico de la bufanda roja entro al comedor.

No comía con ellos pero no le molestaba el olor a vomito que tenia el cuarto.

Inhale profundo para agarrar fuerzas y en cuestión de un instante estaba en la mesa.

Me pusieron los platos en frente.

Uno tenia una cabeza de cerdo y otro un pilón de azúcar.

Hablaban, entre tanto, de como salvaban los bosques con la comunión de dionisia.

El chico de la bufanda roja hablaba con ellos y agarre el tenedor mientras lo miraba a los ojos.

Me lleve un bocado a los dientes con algo de repulsión y abulia.

La cuerda que había soltado se volvió tensa entre mis manos y me arrastro al pasillo otra vez.

La puerta se cerro de un golpe y el mismo viento apago la ultima vela que quedaba encendida.

No vi Eros ni Ágape ni nada que perteneciera al mundo de la gravedad mientras salia del cuarto oscuro.